domingo, 29 de julio de 2007

Campo de concentración de Sachsenhausen


Berlín es grandiosa. En el reciente viaje que hicimos a la capital de Alemania quedé encantado con sus avenidas, su ambiente, sus edificios y todos sus rincones cargados de historia. Por desgracia, el lugar que más huella me ha dejado de nuestra visita ha sido el campo de concentración de Sachsenhausen, situado a 30 kilómetros de la capital, en Oranienburgo. Allí se descubre un pasado que no nos gusta conocer pero que no debemos olvidar.

Construido en el verano de 1936, este campo de concentración fue durante bastante tiempo uno de los más importantes en el régimen nazi, por su cercanía a la capital del Reich. Más de 200.000 personas pasaron por él, al principio prisioneros políticos y más tarde también judíos, gitanos y otros colectivos que para los nazis eran inferiores. Decenas de miles murieron de hambre, enfermedad o por el exterminio sistemático realizado. Con el fin de la guerra en 1945, los soviéticos se instalaron en él, y durante años también lo utilizaron como cárcel para presos de todo tipo, muchos encerrados de forma injustificada. Otras 12.000 personas murieron en este tiempo.

Actualmente pueden visitarse casi todas las instalaciones que quedan en pie, incluidos algunos barracones, salas de exterminio o autopsia, así como talleres y torres de vigilancia. Hay además varios museos que recuerdan el trágico pasado, así como un obelisco de 40 metros de altura, símbolo del Lugar Nacional de Recuerdo y Conmemoración.

Al visitar Sachsenhausen y aunque había bastantes turistas, se siente un silencio especial. Desde la Lagerstrasse, calle principal por la que se accede al recinto, hasta las terribles fosas comunes, la gente camina callada. En las distintas exposiciones y carteles se puede leer en alemán e inglés como vivieron los presos, historias personales de algunos que sobrevivieron y otros que no tuvieron tanta suerte. Algunos de ellos dejaron escritos y dibujos, otros han contado su vivencia después. Aunque no es tan terrible como ver los dormitorios o los calabozos donde hacinaron a la gente, una cosa que nos impactó mucho fue ver las listas originales de los encerrados. Las tropas nazis pasaban lista y anotaban junto a cada nombre si era judío, preso político,... Interminables hojas con nombres y más nombres.

Una visita que me ha marcado y quería compartir con los que me leéis. Un recuerdo necesario para que jamás se repita la terrible historia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sachsenhausen también dejó una huella profunda en mí, supongo que como todos los que lo hemos visitado. Algo de las almas perdidas allí se te cuela dentro, sientes la energía desagradable, el silencio, el frío que incluso en agosto se te cuela en los huesos. No es algo climático, es otra cosa. Y sí, creo que hay que visitarlo.
Un saludo, me gustó leerte